La Amistad Rota
Nos hemos vuelto irreconciliables. Este cambio no sucedió de un día para otro. Imagino que, tras dejar atrás esa juventud llena de sarcasmo, nuestras ideas comenzaron a encontrar un lugar en quienes realmente éramos. Tú te fuiste hacia un camino que no esperaba, mientras que yo me mantuve firme en cuatro principios que no podía abandonar, aunque siempre desde una distancia crítica. Nos enorgullecíamos de no estar en el centro, al contrario, considerábamos que ser moderados era una vulgaridad. Sin embargo, por encima de todo, nos sentíamos libres de cualquier ideología.
En aquella época, pensábamos que la derecha estaba noqueada, aunque ahora sé que siempre estuvo allí, latente. En aquellos vermuts, discutíamos sobre el presente, criticando a la izquierda que había llegado al poder y también a la nuestra, que no lograba dejar atrás su vieja retórica. La política y el humor iban de la mano, y nos reíamos mucho. Disfrutábamos de esa amistad desinteresada: tú eras tanto mi amigo como mi amiga, y yo era para ti igual, ya que respetaba tu capacidad de no involucrarte en temas del corazón.
Quizás lo que somos ahora ya estaba predestinado. Creíamos, como todos los jóvenes, que las grandes amistades eran eternas. No sé cuándo empezaron las señales de sorpresa, luego la distancia y finalmente la ruptura. Tal vez fue aquella injuria lo que aceleró el proceso: me desanimó ver cómo alguien tan brillante como tú daba crédito a un rumor dañino sobre un médico decente. Tu postura me dejó perpleja, pero intenté excusarte, pensando que la misantrpía a veces hace florecer pensamientos oscuros. Tu ironía, que solía señalar las situaciones difíciles sin herir, se convirtió en sarcásmo y juicios severos.
No es que dejaras de ser querido, porque lo eras, ni que te ignoraran, porque recibiste apoyo. Esto no es la historia de un excluido, sino de alguien que siente una rabia creciente contra los nuevos tiempos. Te niegas a aceptar que nuevas voces han cambiado las reglas, como esos nuevos movimientos de feminismo, gay, trans y ecologismo, que parecen amenazar lo que tú considerabas esencial. Aquella conexión que solíamos tener fue desapareciendo. Piensas que no somos las mismas de antes, ¡vamos, no puede ser!, y creemos que hemos elevado nuestra falta de sentido a algo superior.
El otro día, nos encontramos por casualidad, cada uno con su bolsa del supermercado. Solo habría bastado con que me preguntaras por mi familia o recordaras buenos momentos de nuestra amistad, pero, en cambio, comenzaste a hablar mal de Sánchez. Usaste su nombre como un escudo, impidiendo cualquier acercamiento. Y yo, con ganas de salvar lo que quedaba de nuestra amistad, comprendí al regresar a casa que todo esto ya había terminado hace mucho tiempo.