El Escándalo del Caso Convenios y su Impacto en el Frente Amplio
Cada gobierno enfrenta sus propios escándalos, pero el caso Convenios afecta particularmente la imagen del Frente Amplio. Este escándalo revela una diferencia de valores, ejemplificada por Giorgio Jackson. Aunque hay varias dimensiones involucradas, como Lencería y Democracia Viva, la parte de ProCultura ha llamado la atención recientemente. Esta fundación tuvo una suerte inesperada con la llegada de Boric al poder, ya que los convenios entre ProCultura y los gobiernos locales aumentaron diez veces, lo que muestra que parecían estar en una buena racha bajo la nueva administración.
El interés en este caso ha crecido porque se han hecho públicas parte de las investigaciones, y se han revelado diversas grabaciones telefónicas que sugieren un modo de actuar al menos cuestionable. Si hay algún delito, como fraude al Estado o tráfico de influencias, esas decisiones quedan en manos de la justicia.
Lo más notable en las últimas semanas ha sido la reacción de las figuras del Frente Amplio, que han denunciado una «estrategia de espionaje con fines políticos». Según ellos, el fiscal Cooper tiene la intención de desprestigiar al partido. A esta acusación se suma un grupo de diputados de diversas facciones que piden su destitución por otro caso anterior. Es cierto que los métodos de espionaje pueden ser peligrosos, pero es curioso que solo se alzaran voces cuando afecta a sus propios intereses. Un viejo dicho dice: «Para mis amigos, justicia y gracia; para mis enemigos, la ley». Quienes antes criticaban casos como el de Hermosilla ahora se lamentan, lo que pone en duda la sinceridad de su indignación.
Si hiciéramos referencia a bandas criminales como el Tren de Aragua, no habría protestas por las intervenciones telefónicas. Sin embargo, en el Frente Amplio, en lugar de rechazar los hechos o esperar un proceso, prefieren presentarse como víctimas de una supuesta trama corrupta entre la Fiscalía y el poder judicial.
Se dice que un político que no se queja no es político. Pero el Frente Amplio parece haber adoptado este enfoque como una reacción condicionada. Esto refleja una generación que no está dispuesta a examinar sus propios defectos. Este sentimiento de ser siempre víctimas les impide aceptar su parte de responsabilidad. Para ellos, la culpa recae siempre en otros. Por ejemplo, Catalina Pérez, también ha alegado ser víctima de persecución política, aunque sus antecedentes llevaron a su desafuero. Igualmente, no asumieron la responsabilidad por el caso de la destitución de Isabel Allende, y a menudo culpan a fuerzas externas por sus fracasos, como en el caso de la Convención Constitucional.
Para el Frente Amplio, nunca son ellos los culpables, siempre son otros. De esto surgen dos posibilidades: o realmente creen ser víctimas de un sistema corrupto, o utilizan esa narrativa como una táctica. Ninguna de estas opciones les da una buena imagen.
Es cierto que los líderes como Gonzalo Winter y Boric han intentado distanciarse de las declaraciones de su partido, pero otros dirigentes, especialmente su presidenta, piensan diferente. Esto nos lleva a un dilema sobre el actual presidente: puede intentar ser más maduro o avanzar en la dirección correcta, pero su propio equipo lo traiciona. ¿Es posible confiar en líderes que no serán respetados si toman un camino diferente al del Frente Amplio? ¿Pueden mantener una política de víctimas permanentes sin asumir responsabilidades, esperando que otros resuelvan los problemas que ellos mismos crean? ¿No es eso, en realidad, lo opuesto a gobernar?