La Importancia de Recordar la Historia para Proteger la Democracia
Hannah Arendt, en su análisis sobre el levantamiento húngaro de 1956, describe un momento en el que un pueblo se alzó por la libertad de manera espontánea y sin líderes. Este tipo de rebelión, según Arendt, no se basa en estrategias políticas ni en organizaciones secretas, sino en un deseo común de libertad.
Recientemente, una declaración de un diputado chileno, Cristián Araya, sobre la irrelevancia de lo que sucedió en 1973, me hizo recordar estas palabras. Su comentario surgió tras las controvertidas declaraciones de Johannes Kaiser, quien dijo que apoyaría un nuevo golpe de Estado en Chile si se repiten las condiciones del pasado.
La afirmación de Araya no solo provoca indignación, sino que también genera una alarma profunda sobre nuestra democracia. Esa idea de que el pasado no importa busca promover una narrativa donde la memoria es un estorbo, y el Golpe ya no se considera como un evento serio. Esto representa un peligro real.
Chile enfrenta uno de los momentos más difíciles desde que recuperó la democracia. La inseguridad y la desconfianza en las instituciones se han vuelto preocupaciones comunes. La Encuesta CEP indica que menos del 3% de la población confía en los partidos políticos. Este clima de temor puede ser aprovechado para justificar medidas autoritarias, como ha ocurrido en otros países.
El patrón es claro: un problema real, como la inseguridad, se convierte en una amenaza existencial, se relaciona con enemigos ideológicos y se presenta la “solución” de recurrir a la fuerza en lugar de a la democracia.
Por ejemplo, Kaiser no solo defiende el golpe de 1973, también minimiza las violaciones a los derechos humanos y considera la tortura como algo naturalizado. Su miedo se basa en la llegada del Partido Comunista al poder, justificando de esta manera acciones injustificables.
Es irónico que los mismos pensadores que inspiraron esta reflexión, como Václav Havel, hayan luchado contra regímenes autoritarios defendiendo la democracia, no atacándola. La verdadera fuerza se encuentra en la capacidad de actuar unidos moralmente, no en una revolución ideológica.
La reflexión de Arendt resuena profundamente porque habla de una respuesta ética colectiva, similar a lo que ocurrió en 1989 en Europa del Este. Necesitamos en Chile un levantamiento ético y pacífico que no provenga de una ideología política específica, sino de todos aquellos que comprenden que, aunque la democracia no es perfecta, es el único sistema que permite corregir y vivir en libertad.
¿A quién le importa lo que pasó en 1973?
Me importa. Les importa a las familias que buscan a sus desaparecidos. A quienes nacieron después del golpe y aprecian lo que otros lograron con esfuerzo. A muchas personas, sin importar su ideología, que reconocen la importancia de no repetir la historia.
Hoy debemos proteger nuestra democracia. Esto no significa permanecer en silencio ni ceder ante el miedo. Es recordar, defender el derecho a opinar y oponerse a los que proponen un nuevo golpe. No debemos permitir que esos discursos se normalicen en el debate político.
La mayor lección de Arendt es que los totalitarismos no llegan de un día para otro. Se infiltran en el lenguaje, en las justificaciones diarias. Si no somos críticos y no recordamos, corremos el riesgo de permitir su regreso.
Es por eso que escribo esta reflexión: como una respuesta y como un recordatorio. Porque el 11 de septiembre de 1973, aunque doloroso, es parte de nuestra historia y un recordatorio de la importancia de la democracia, que es nuestra única garantía de libertad.