Reflexionando sobre el término «sindiós»
La palabra sindiós me llamó la atención desde el primer momento que la escuché. Recuerdo que fue en un pueblo de Segovia, hace tiempo, y pensé que el término era una creación de un criador de cerdos. Sin embargo, don Luis me miró de forma extraña y me corrigió, explicándome que era una palabra conocida por todos. Le pregunté qué significaba y su respuesta me sorprendió aún más: era un término que describía un gran lío, algo que no tiene sentido.
Hoy en día, el cristianismo parece estar en un momento de renacer: aunque el papa peronista no logró revivirlo en vida, su muerte ha generado un gran interés. Muchos supuestos ateos se han unido para alabarlo, aunque su visión a menudo carece de crítica. Hablan de él como un «hombre bueno», ignorando que fue el líder de una de las instituciones más conservadoras y estrictas de la historia. Algunos no reflexionan sobre lo que están diciendo y pierden su capacidad de cuestionar —como suele suceder con los creyentes—. Se refieren al “don de la fe”, como si seguir la fe cristiana fuera un regalo que solo algunos reciben, mientras que otros quedan excluidos. La fe, en este sentido, se asienta en aceptar una verdad que se considera superior, dictada por quienes parecen saber más.
Además, muchos abogan por un regreso al “cristianismo primitivo”, sin darse cuenta de que era esa misma creencia la que justificaba la opresión, la servidumbre y la superstición. Los jefes religiosos de antaño estipularon que el creyente debe demostrar confianza en las enseñanzas que recibe, a menudo prefiriendo creer lo absurdo.
Hoy se dice que nuestros países son cristianos, y esto es cierto hasta cierto punto. El cristianismo sigue marcando nuestros calendarios; por ejemplo, muchos festivos en España son católicos. Cada 25 de diciembre, al igual que los que nacimos entre pajas y terneros, celebramos con nuestra familia, intercambiamos regalos y consumimos dulces tradicionales. A pesar de su influencia, el cristianismo ha ido perdiendo dominio en áreas como la educación y la toma de decisiones personales, aunque todavía tiene un cierto peso que debemos cuestionar para vivir de manera más libre.
La palabra sindiós representa para mí una meta. En Argentina, donde a menudo usamos el término «quilombo» para referirnos a un lío, este hace eco de los poblados formados por esclavos fugitivos que no seguían a ningún dueño. Ellos vivían sin la imposición de dioses y donde no había someterse a ninguna autoridad.
Me gusta la palabra sindiós por lo que simboliza: la aspiración de muchos por un mundo sin divinidades. Por eso, el título de mi último libro es «Sindiós», el cual explora cómo sería una sociedad sin dioses. Creo que una característica fundamental de tal sociedad sería que fomentaría un ambiente de duda y cuestionamiento. Las religiones, al fin y al cabo, ofrecen respuestas absolutas, evitando la indagación. En cambio, un conocimiento basado en la incertidumbre y el método científico permitiría revisar, criticar y reformar ideas sin dogmas inamovibles. Con esta concepción, estaríamos más lejos de cualquier tiranía.